Bella Ciao, una versión "pulenta pulenta"

miércoles, 16 de enero de 2008

La guerra interminable



No acababa Simón Bolívar de bajar en su último viaje desde la altura hacia el Caribe, transido de fiebres y sudores, que ya Colombia comenzaba su eterna guerra.

Liberales y Conservadores antes, Estado colombiano y guerrilla antioligárquica después.

Tanto los defensores del orden establecido, como aquellos que lo impugnan en nombre de una más justa distribución de la riqueza creen firmemente que sus proyectos se materializarán saliendo de la boca de un fusil. Noción, hoy en día, un tanto extraña para todo aquel que no recuerde que Latinoamérica es

la patria del "realismo mágico".

Forzoso es reconocer, sin embargo, que más de cincuenta años atrás hubo una oportunidad, encarnada en J. Eliecer Gaitán, de iniciar un camino de reformas por vías menos drásticas. Pero, como suele suceder en estos casos, quienes detentan los sitios de privilegio en la sociedad son reacios a conceder siquiera la más mínima de sus prebendas para su más justa distribución, y quién impulsaba el justo reclamo de cambio fué víctima de la intolerancia de los poderosos. La previsible reacción popular ante el

asesinato de su líder escribió una de las más resonantes rebeliones populares urbanas en la América del Sur: El "Bogotazo", que a punto estuvo de derrocar al gobierno conservador de entonces. Fue, probablemente, la falta de una organización con un plan revolucionario premeditado lo que impidió que se instalara un nuevo gobierno en Colombia en esos días, permitiendo el reagrupamiento de quienes detentaban desde siempre el poder, y su subsecuente venganza, desatada sobre los que nada material que perder tenían, salvo, quizás, la paciencia.

Aquí, ahora, vendría bien una poesía:


Sólo digo compañeros

( Daniel Viglietti )


Escucha, yo vengo a cantar

por aquellos que cayeron.

No digo nombre ni seña,

sólo digo compañeros.


Y canto a los otros,

a los que están vivos

y ponen la mira

sobre el enemigo.


Ya no hay más secreto,

mi canto es del viento,

yo elijo que sea

todo movimiento.


No digo nombre ni seña,

sólo digo compañeros.

Nada nos queda y hay sólo

una cosa que perder.


Perder la paciencia

y sólo encontrarla

en la puntería,

camarada.


Papel contra balas

no puede servir,

canción desarmada

no enfrenta a un fusil.


Mira la patria que nace

entre todos repartida,

la sangre libre se acerca,

ya nos trae la nueva vida.


La sangre de Túpac,

la sangre de Amaru,

la sangre que grita

libérate, hermano.



Así las cosas, y sin entrar - por ahora - en los lodos que aquellos polvos provocaron, los que sintieron que una profunda náusea invadía su ser ante esta situación, decidieron "echarse al monte", cargando en sus mochilas, amén de la utopía, la fuerte convicción de que sólo la lucha armada podría cambiar un orden social perversamente injusto.

Tierra para el campesino hubo de ser su más acendrada consigna, y el guerrillero raso Camilo Torres, con su cruz a cuestas, su más ético representante, digno de la estirpe que desde Jesús hacia acá une a los puros de corazón con el destino de "Los condenados de la tierra".

Aquí, también, cabría una poesía:

Cruz de luz (o Camilo Torres)

(Daniel Viglietti)


Donde cayó Camilo

nació una cruz,

pero no de madera

sino de luz.


Lo mataron cuando iba

por su fusil,

Camilo Torres muere

para vivir.


Cuentan que tras la bala

se oyó una voz.

Era Dios que gritaba:

¡Revolución!


A revisar la sotana,

mi general,

que en la guerrilla cabe

un sacristán.


Lo clavaron con balas

en una cruz,

lo llamaron bandido

como a Jesús.


Y cuando ellos bajaron

por su fusil,

se encontraron que el pueblo

tiene cien mil.


Cien mil Camilos prontos

a combatir,

Camilo Torres muere

para vivir.



Medio siglo después la situación "militar" en Colombia no parece evolucionar de un empate técnico: el Estado Colombiano, su brazo armado legal, el ejército de Colombia, y su feroz mano izquierda, los paramilitares solventados por los más poderosos terratenientes no han logrado quebrar la resistencia, que en amplias zonas del territorio del país sostienen los movimientos guerrilleros, cuyo más conocido exponente son las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), y su más famoso líder el

legendario "Tirofijo", Manuel Marulanda Vélez.

De igual modo, los movimientos guerrilleros tampoco obtuvieron significativos avances por fuera de las zonas que están desde hace décadas bajo su control. Todas las inicativas de profundización e intensificación de la lucha armada fueron - mejor o peor - neutralizadas por la acción combinada del aparato represivo estatal, los paramilitares financiados por los terratenientes, armados por los EEUU y entrenados por israelíes y el accionar de un nuevo actor, que en la década del '80 se ha constituído en la clase social más dinámica de la economía colombiana: los comerciantes de sustancias derivadas de la hoja de coca, cuyo mercado es global, sus ingresos en moneda fuerte superan a todas las otras exportaciones

tradicionales y su poder político, en algunas regiones y ciudades colombianas es equiparable al de la vieja oligarquía.

Es con ésta con quién ha estrechado, en los últimos tiempos, lazos económicos, políticos y matrimoniales, constituyendo - de hecho - una alianza de clases mutuamente provechosa: la oligarquía aporta la tierra de la que se obtiene la materia prima, y los hombres de negocios recién arribados al poder su red de laboratorios, logística y conocimiento de los mercados. Si reemplazamos sustancias derivadas de la coca por lana y algodón el proceso es similar al que permitió la revolución industrial y consolidó a Inglaterra como el más eficiente Imperio Global de la historia.

Las particulares condiciones en que se desarrollan los negocios de esta nueva burguesía ha llevado al establecimiento de relaciones dictadas por la conveniencia entre estos mercaderes y los movimientos guerrilleros. Si bien, y desde el punto de vista dogmatico, los traficantes de sustancias para alterar los estados de conciencia son acérrimos defensores de la propiedad privada han entendido que lograr el control de las enormes áreas que dominan los movimientos guerrilleros sería una tarea tan exagerada como ímproba: un pacto hasta mejorar la correlación de fuerzas se hacía imperioso. En efecto:

¿Por qué habrían de triunfar ellos dónde el estado colombiano, con los recursos del "Plan Colombia" detrás, había ya fracasado?

De este modo, y con una visión de largo alcance que ya querrían para sí otras burguesías latinoamericanas, los nuevos mercaderes establecieron pactos, sino de buena vecindad, por lo menos de no agresión con los movimientos guerrilleros, allanándose a pagar incluso algún tipo de canon para la utilización de vías de comunicación bajo control operacional de estos movimientos. La guerrilla, con la austeridad discursiva que le es característica, llama a esto, simplemente, "impuesto revolucionario",

cobrado algunas veces en metálico, y otras en especie. Esta particular forma de cobro obligó, en algunos momentos, a que los movimientos guerrilleros incursionen en la comercialización, por cuenta propia, de las sustancias anteriormente descriptas, con la consabida obligación de generar una burocracia especializada en estos menesteres.

En forma paralela debieron los movimientos guerrilleros tomar bajo su responsabilidad la "administración civil" de los territorios y población bajo su control, hecho cuya importancia sería difícil disminuir, por cuanto implicó la creación de un aparato político administrativo, de justicia,

salud, educación, etc. Es decir, las tareas que se entiende universalmente son responsabilidad del estado, con la potestad de percibir impuestos para solventar estas actividades, por mínimas que sean. Naturalmente esto redundó en una merma en el "esfuerzo de guerra", provocando la aparente paradoja en que se ven los movimientos guerrilleros: su mismo éxito en lograr el control de algunas áreas de la geografía colombiana es parte de la causa que les impide profundizar su accionar.

Esta particular situación, que cabría ahora definir como de "Triple Empate" se ve condicionada, a su vez, por la actividad de factores externos al espacio geográfico dónde se desarrolla. En primer lugar la ingerencia del imperio usamericano, para el que la ubicación geopolítica de Colombia es crítica. En efecto: su cercanía a los pozos petroleros venezolanos es una flecha apuntada al corazón del proyecto bolivariano (o chavista, como prefieran), amén que si las FARC y sus aliados tienen éxito en tomar el

control del aparato estatal colombiano (a despecho de los que sostienen que es posible "cambiar el mundo sin tomar el poder") podría ocurrírseles la peregrina idea de rclamar para Colombia el territorio panameño, que hasta principios del siglo XX le perteneció, hasta que un golpe de estado dirigido por... los bomberos tuvo éxito en lograr la secesión de esa provincia colombiana, convertirla en un estado autónomo, y concesionar a los EEUU la construcción y aprovechamiento del canal interoceánico, cuya soberanía recuperó Omar Torrijos, de ingrato y nunca esclarecido final entre las llamas de un helicóptero siniestrado en misteriosas circunstancias.

Volviendo a la actualidad, es la irrupción del "Plan Colombia", inspirado en los "think tanks" de pensamiento del nuevo siglo americano, promulgado por los demócratas y entusiastamente fogoneado por los republicanos, el que provocó la aparición de nuevas formas de operación por parte de los movimientos guerrilleros. El plan, de corte genocida, al estilo Vietnam, implica el bombardeo sin medir efectos colaterales de vastas zonas pobladas bajo control de las FARC y sus aliados. Tal como sus aliados israelíes hacen en la franja de Gaza, el ejército de Colombia, con sus armas americanas, aplica tácticas de saturación desde el aire, arrojando miles de toneladas de explosivos, que pese a su denominación de "inteligentes" (o, precisamente por eso) no discriminan a la hora de matar: milicianos, campesinos, niños o ancianos, demuestran, con intención o sin ella, la esencial igualdad de los seres humanos: todos mueren sin distinciones.

Ante esta situación, sostienen algunos analistas, las tácticas de los movimientos guerrilleros han debido adaptarse a las nuevas condiciones. Una de esas respuestas fue la intensificación de las acciones urbanas, con su complemento de "toma de rehenes", que al ser internados en los territorios bajo su control operacional inhiben, así sea módicamente los bombardeos indiscriminados.

En este marco se inscribe la iniciativa de diálogo promovida por el gobierno de Venezuela, que demuestra una saludable y maquiavélica (en todo el honroso significado del adjetivo) intención de alejar a las tropas colombianas, y a las usamericanas que las apoyan, de sus fronteras...y sus pozos petrolíferos, estratégico recurso por el que el imperio usamericano siente cada vez más apetito.

La anecdótica operación de "liberación de rehenes", con su inevitable repercusión mediática, evidentemente buscada como garantía ante la opinión pública mundial no se inscribirá seguramente en los anales de las grandes hazañas de la humanidad, empero su éxito, a pesar de los reiterados intentos por parte del gobierno de Colombia por torpedearla, marca un hito respecto a la posición que el gobierno colombiano deberá adoptar de ahora en más. En efecto, ha quedado demostrado que el estado no controla ciertas regiones del país, para la legislación internacional las FARC pueden quedar legitimadas como "parte beligerante", y - sobre todo - queda claro que no hay salida "militar" al conflicto, sólo política, más allá de quién sea el que se lleve los laureles por haber instalado el concepto, aún cuando sea el

tropicalísimo presidente venezolano.


Los rehenes


Nada de esto, por supuesto, incide un ápice en las consideraciones de quienes han servido de escudo humano para los movimientos guerrilleros, o sus seres queridos, que han sufrido la privación de su libertad y han sido obligados a vivir en condiciones que no hubiesen voluntariamente elegido, con menoscabo a su dignidad o su salud.

Cuesta, por lo tanto, entender que sean algunas de estas personas las que más fervientemente propugnen una salida negociada - es decir: política y no militar - al conflicto.

Existen varias consideraciones de índole psicológica que pueden aportar comprensión al tema: Síndrome de Estocolmo; lavado de cerebro; amor al "Gran hermano".

Desde estas líneas, modestamente, se propondrá una interpretación, sino alternativa, por lo menos complementaria.

La gran mayoría de los rehenes de los movimientos guerrilleros son (o han sido) personas con algún nivel de actividad política y compromiso con la realidad colombiana, ya sea para mantenerla como está, o aún perfeccionar sus virtudes (de las cuales son beneficiarios), o bien para introducir algún tipo de cambio o reforma que, sin alterar el estado básico de las cosas, permita morigerar las consecuencias negativas que esas "virtudes" del sistema conllevan para la gran mayoría de la población, fundamentalmente

campesinos sin tierra y obreros que por el solo delito de pretender crear un sindicato son impunemente masacrados.

Estas personas, con un normal poder de análisis, pueden haber comprendido, al cohabitar forzosamente con las personas que forman los movimientos guerrilleros, que el nivel de control que ejercen sobre las zonas en que están estos movimientos asentados, su poder de fuego y capacidad de resistencia a la acción combinada de ejército y paramilitares es lo suficientemente importante como para mantener la situación de empate técnico e impedir el triunfo de cualquier "opción militar" implementada desde el

estado colombiano, o aún desde la intervenció abierta de tropas usamericanas. No menor puede ser el detalle del nivel de adhesión que estos movimientos perciben del entorno social en el que se mueven y al que rigen.

Así, no sería extraño que en el futuro los rehenes "liberados" constituyan los más fervientes defensores, por estricta comprensión política, de una salida pactada a la guerra interminable.



Rosario, 15 de enero de 2008


"Los momentos en que somos más libres e iguales en este sistema son aquellos que dedicamos a la consecución de la utopía. El resto del tiempo somos meros esclavos."

La Sacerdotisa

Altar, ara.
La sacerdotisa se inclina,
su cabello refulge
bajo las teas oscilantes.
Los dioses seniles aullan en su nuca.
Bajo el lino inmaculado
su pecho, excitado y vibrante
roza las hebras que me atan,
más fuertes que mil cadenas.
Con el poder y el peso del signo.
"No lo resistiré", me digo.
Pero soporto. ¿Qué me sostiene?
Ella danza a mi alrededor,
sus manos, sabias de milenios,
se hunden en mi vello.
Su boca busca mi cuello.
En la última gruta
los dioses, vacilantes,
exigen su cuota de sangre,
y ella promete redimirme.
Ella danza a mi alrededor,
sus manos, sabias de milenios,
tocan su cuerpo,
su mano señala el punto,
que es origen y meta,
placer y castigo,
deleite y culpa,
pecado y redención.
Ella danza a mi alrededor,
sus manos, sabias de milenios,
se hunden en el misterio de la vida.
Húmedas, trazan signos en mi frente,
penetran mi boca, sedienta,
con la sal de mil mares,
se detienen, acechantes
en mi pecho, palpitante,
que anticipa probables goces,
y seguros dolores.
Los dioses, exasperados,
exigen su cuota de sumisión.
Y ella, fiel ejecutante,
cabalga sobre mí,
hurtando sabiamente
su tesoro anhelado.
- ¡Cree! - ordena - y serás como Dios.
Y así decreta mi muerte.
Con un solo movimiento,
sus manos, sabias de milenios,
arrancan mi corazón.
- ¡Ya no necesitarás esto!
- exclama, y su cabellera
estalla en llamas.
Y allí me quedo,
curiosamente vivo.
Sé que respiro, sé.
Más nada siento.
Y de aquí hasta el fin,
sólo eso: saber que el mar arrulla
sin sentirlo.
"Es el precio de ser hombre", me digo.
Y es entonces que comprendo:
he elegido.
"La dignidad descorazonada".
Nunca más cierto.
udi, 14 de enero de 2008.